ALGUIEN
QUE BAJA LAS ESCALERAS
Tanta serenidad se veía en las piernas de la
mujer bajando las escaleras del edificio. Tanta perfección en los muslos
torneados como si alguien los hubiera tallado en fina madera, líneas curvas que
alborotaban la respiración con solo oír sus pasos. Una leve penumbra enunciaba
aquella visión hasta el talle. Ropas negras y un taconeo sobre baldosas
semejaban el poder embriagante del vino. La espié tantas veces hasta que se
perdía en la puerta de uno de los apartamentos y otras cuantas esperé con la
ansiedad de un enamorado en la penumbra del pasillo semejante a un fantasma.
Parecía que mi destino estaba dispuesto desde aquella posición a ver sus dos
piernas bajar escaleras, medio ocultas en sus faldas provocadoras y el
incesante taconeo en una especie de danza de tambores remotos. Tantas tardes de
espera hasta la vez que la seguí hasta la puerta de uno de los apartamentos y
me quedé paralizado. Era cierto el comentario de los vecinos del edificio: la otra
mitad del cuerpo de la bruja no estaba en casa.
En un sueño me bebí el café de Margot,
mientras ella se miraba al espejo con su blanca espalda desnuda frente a mí y
su cabello mal recogido en la nuca. Me lo bebí a sorbos cortos. Ella seguía
mirándose la cara en el espejo como muda. De pronto alguien abre la puerta en
silencio, entra y nos mira. Me da temor su desnudez, me semeja una figura de
yeso y trato de cubrirla. El visitante vuelve a salir sin decir nada ni hace
ruido.
Ya despiertos, ella me mira con disgusto y no
disimula su enojo. Cree que de verdad me tomé su café.
MIMESIS
Estábamos en pleno baile de máscaras cuando
ella y yo, por pleno acuerdo decidimos intercambiar nuestros rostros reales.
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