martes, 13 de noviembre de 2018

COMO PRUEBA DE GRATITUD, CERTIDUMBRE Y GÉNESIS,


CERTIDUMBRE

Por fin lo podía ver todo claro en medio de aquella sala. Me veía rodeado de gente de pie, en silencio. Nadie se miraba entre sí. Tampoco yo lograba reconocerlos. Solo me reconocía estirado en el extraño mesón. Cada vez lo veía más claro: estaba muerto y esto no me lo sabía responder a mí mismo.


GENESIS

Algo parecido a un golpe que no hiere pero que lo sacudió como una revelación en medio de los árboles  gigantes que recién brotaban como yemas vegetales en medio de un incisivo relámpago hizo que Adán se repitiera con insistencia semejante al despertar de un letargo de mil años ¿Quién soy? Y caminó por el campo invadido por el canto de millones de aves que coloreaban los árboles atardecidos. Caminó horas por entre el musgo verdoso con su justo asombro a cada aparición ante sus agrandados ojos. Vio el parto inesperado de las bestias gigantes y oyó el rugido de las fieras capaz de estremecer la frondosa manigua.
Al salir a una llanura tan amplia como el horizonte, lo cubrió una lluvia veloz e intermitente y las entrañas del mundo vibraron con el trueno. Esperó no supo cuánto. Hasta que el sol llegó a sustituir las largas goteras y el nuevo asombro de los colores del arcoíris se filtró en sus sentidos como una nueva emoción que lo hacía querer abrazar esa lejana bóveda de colores. Entonces la gran planicie se pobló de charcos color de plata con su brillo metálico. Y a todos cuantos se acercaba y estiraba sus manos, otras manos desde el fondo emergían con la misma rapidez. La imagen suya, reflejándose en el agua, sus brazos, sus piernas, su cuerpo; pero el rostro no era el suyo.  Ni lo profundo de su mirada ni la sensualidad de sus facciones podían ser su cara. Era ella, lo confirmó en el instante de un nuevo relámpago que hirió la calma de las aguas. Eva que surgía ante él al instante de verse a sí mismo.


COMO PRUEBA DE GRATITUD


De común acuerdo decidieron abrirle la jaula a la joven torcaza (Juan la había atrapado muy pequeña en el monte cercano) Y al quedar libre emprendió vuelo hacia las ramas de los eucaliptos y desapareció. Los dos sintieron un extraño y enorme alivio porque algo del dolor del encierro se les contagiaba al mirarla todos los días. Desde entonces venía a visitar la casa y pasaba horas en los eucaliptos y las acacias. Hasta el día que los hombres armados vinieron una mañana a decirles que tenían que irse de aquella tierra que ya no les pertenecería más, no llevaron más que la ropa puesta y el deseo de irse lejos. Cuando la casa quedó sola y poco a poco fue quedando en ruinas, aún venía la vieja torcaza en las horas tranquilas a quedarse largo rato sobre el tejado roto y los adobes descascarados como si albergara un deseo secreto en cada visita. 



No hay comentarios:

Publicar un comentario