CERTIDUMBRE
Por fin lo podía ver
todo claro en medio de aquella sala. Me veía rodeado de gente de pie, en
silencio. Nadie se miraba entre sí. Tampoco yo lograba reconocerlos. Solo me
reconocía estirado en el extraño mesón. Cada vez lo veía más claro: estaba
muerto y esto no me lo sabía responder a mí mismo.
GENESIS
Algo parecido a un
golpe que no hiere pero que lo sacudió como una revelación en medio de los
árboles gigantes que recién brotaban
como yemas vegetales en medio de un incisivo relámpago hizo que Adán se
repitiera con insistencia semejante al despertar de un letargo de mil años
¿Quién soy? Y caminó por el campo invadido por el canto de millones de aves que
coloreaban los árboles atardecidos. Caminó horas por entre el musgo verdoso con
su justo asombro a cada aparición ante sus agrandados ojos. Vio el parto
inesperado de las bestias gigantes y oyó el rugido de las fieras capaz de
estremecer la frondosa manigua.
Al salir a una
llanura tan amplia como el horizonte, lo cubrió una lluvia veloz e intermitente
y las entrañas del mundo vibraron con el trueno. Esperó no supo cuánto. Hasta
que el sol llegó a sustituir las largas goteras y el nuevo asombro de los
colores del arcoíris se filtró en sus sentidos como una nueva emoción que lo
hacía querer abrazar esa lejana bóveda de colores. Entonces la gran planicie se
pobló de charcos color de plata con su brillo metálico. Y a todos cuantos se
acercaba y estiraba sus manos, otras manos desde el fondo emergían con la misma
rapidez. La imagen suya, reflejándose en el agua, sus brazos, sus piernas, su
cuerpo; pero el rostro no era el suyo.
Ni lo profundo de su mirada ni la sensualidad de sus facciones podían
ser su cara. Era ella, lo confirmó en el instante de un nuevo relámpago que
hirió la calma de las aguas. Eva que surgía ante él al instante de verse a sí
mismo.
COMO PRUEBA DE
GRATITUD
De común acuerdo
decidieron abrirle la jaula a la joven torcaza (Juan la había atrapado muy
pequeña en el monte cercano) Y al quedar libre emprendió vuelo hacia las ramas
de los eucaliptos y desapareció. Los dos sintieron un extraño y enorme alivio
porque algo del dolor del encierro se les contagiaba al mirarla todos los días.
Desde entonces venía a visitar la casa y pasaba horas en los eucaliptos y las
acacias. Hasta el día que los hombres armados vinieron una mañana a decirles
que tenían que irse de aquella tierra que ya no les pertenecería más, no
llevaron más que la ropa puesta y el deseo de irse lejos. Cuando la casa quedó
sola y poco a poco fue quedando en ruinas, aún venía la vieja torcaza en las
horas tranquilas a quedarse largo rato sobre el tejado roto y los adobes
descascarados como si albergara un deseo secreto en cada visita.
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